martes, 29 de septiembre de 2009

Requiem.

Un suspiro, un último suspiro que te lleva a la más eterna de las condenas, tú, destinada a estar en mis manos pues ya no verás nacer otro día porqué para ti no los habrá.
Ella te llama, llora tu pérdida, pero ya no la oyes, te alejas viniendo a mis oscuras y lúgubres manos, eligiendo un destino vacío y solo, ese destino que ahora me pertenece a mí, a ésa que no vive pero tampoco está muerta.

Querías evadirte, yo te doy ese poder, te doy el poder de que te alejes de la tristeza, de que destruyas esos sentimientos que tanto duelen viniendo a mí, pues yo te ocultaré de ellos sumiéndote en mi oscuridad, arrastrándote a un abismo de soledad, en el cual no sientes y caes en un profundo sueño en el que yo seré la que te acune y arrope entre sus brazos.

Duerme, duerme pequeña, apaga poco a poco esa llama de la vida, deja atrás toda esperanza y ven conmigo al mundo del olvido, pues soy de la que nadie se acuerda.
Una musa de la oscuridad que vaga entre el fino hilo de vida y muerte, que resta en un oscuro lugar donde no hay vida, pero ya no puede morir, pues está condenada.

Ahora estás condenada, a esa vida sin muerte, apenas dolor, a esa vida que te condena día a día a llevarte sin sufrimiento, pues no conoces el verdadero dolor.